Suena la campana, se acabó el recreo, se
aproziman otras tres horas sentada en una silla mientras que una persona catalogada
de profesor habla sin parar de conceptos
a los cuales no les terminamos de ver la utilidad en el día a día, pero que sin
duda ellos aseguran que la tienen.
Nos limitamos a fingir que atendemos
mientras nuestra imaginación divaga. Así un curso tras otro, durante seis horas
al día, nos consolamos y nos motiva que
dentro de poco tiempo, con la universidad, acabará nuestro calvario, que por fin podremos aprender aquello que
realmente nos gusta y nos interesa y que además tendrá su aplicación en la vida
diaria.
Llega el ansiado primer día de universidad,
voy a estudiar aquello que me gusta, trabajaré en aquello que realmente me
satisface.
El campus universitario es enorme, repleto
de numerosos y grandes edificios. Pero el "sueño" comienza a
desvanecerse cuando aprecias que de todos esos grandes edificios tú has ido a
dar clase al sótano de uno de ellos, habilitado de forma pobre.
Comienzas a darte cuenta de que al fin
tienes asignaturas interesantes, pero conforme pasa el tiempo, te das cuenta de
que no se aprovecha ni la mitad, ni se le saca el partido que se debería, y que para colmo, comparten el mismo número
de horas con otras asignaturas a las cuales les vuelves a ver falta de utilidad
en el día a día.
Y para seguir mejorando el panorama al que
tocaba enfrentarnos, los recortes en educación, por arte de magia hacen
desaparecer asignaturas, becas...
En serio, con todo esto, realmente ¿Qué es
lo que se quiere conseguir?
Ainara Fernández.
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