No
estaba dentro de mis planes, era la ciudad que me alejaba de lo que más deseaba
en ese momento, y no era solo el hecho
de que prefería otra ciudad, era mucho más que una cuestión de preferencias de
lugares. Como es lógico en estos casos, Málaga era la ciudad maldita que me
alejaba de Granada, no podía sentir otra cosa que no fuese odio hacia ella.
Hice todo lo posible por evitar Málaga, pero mi sueño de poder estudiar aquello
que me llenaba pudo más, y aunque motivada por la carrera universitaria, y
resignada con la ciudad, me trasladé a Málaga.
Cada
día me arrepiento menos de esa decisión, cada día me enamoro un poquito más de
esta ciudad. No podría centrarme en algo en concreto, porque Málaga es Málaga
en su conjunto, en su todo, es única.
Y no
solo la ciudad en sí, si no su gente. Ese arte de la gente malagueña.
Y es
que al venir a Málaga, no solo me encontré con unas playas de arena fina por
las que pasear, una Calle Larios en la que un mes al año se respira cine en
cada uno de sus rincones, unas vistas sobrecogedoras como las de Gibralfaro, o un
sinfín de lugares cada cual mágico a su manera, al venir a Málaga también me
encontré con los malagueños, que sin duda alguna, algunos se que van a dejar su huella
en mí.
Se
podría decir que cada día me siento un poquito mas boquerona, y un poquito más
enamorada de Málaga.
Ainara
Fernández.
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