Esta no es la primera publicación en la que
comienzo disculpándome. Perdonad la ausencia de datos precisos en mi historia,
tales como nombres o fechas, completamente prescindibles para captar la
esencia.
Hace cosa de un mes decidí sacar a mi hermano
menor de su monotonía llevándole a un museo. Carne, pelo, hueso y “pluretano de eze” eran
los materiales de los que estaban hechos los elementos expuestos. Así es como
lo explicó el dueño del museo de caza, quién puntualizó, tras una larga
conversación surgida de forma aleatoria, lo fácil que era transportar las
piezas desde que se disecan los animales con poliuretano. “Muevo yo solo todas esas cabezas de ñus (y
similares), antes era imposible.” – comentaba orgulloso.
Hasta ese momento nunca me había preguntado
sobre el nicho de mercado, forma de arte y expresión cultural que supone la
caza. El propietario y cazador del museo comenzó con el mundo de la caza a los
19 años, y desde entonces nunca dejó de recorrer el mundo en busca de las
cabezas de los mejores ejemplares del reino animal.
Oír hablar
sobre grandes exposiciones y convenciones de entendidos en caza me supuso toda
una novedad. Este mismo señor viaja todos los años a América para asistir a
reuniones de expertos taxidermistas y arquitectos que desafían las leyes de la
gravedad diseñando complejas estructuras compuestas por animales disecados.
- “Los americanos son la leche”
Afirmaba él. – “Un arco enorme hecho por linces sujetados por...”
-“¿Una
estructura interna?” Pregunté interesada.
-“¿¿¿Qué
estructura ni estructura???.... Una barra de acero que viaja desde la pata del
primer lince hasta el último”.
Fue entonces cuando supuse que aquel amable
señor no sabía lo que es una estructura interna.
Bueno, al margen de la discusión sobre si
aquella barra de acero era una estructura interna o no, aquel hombre quiso
darme a entender que aquí en España es toda una tarea encontrar un buen
taxidermista que consiga un resultado final a la altura de las expectativas.
No llegué a preguntarle si realmente su
ilusión final era exponer todos aquellos “trofeos” en aquella casa acomodada para museo, pero a juzgar
por sus historietas, más bien se encontró de buenas a primeras con demasiadas
cabezas disecadas y pensó “voy a hacer un museo”.
En cuanto al museo: “¡woooaaaaaaa!,¡iruaaaaa!,
¡iyoo!...”. Esa fue la reacción de mi hermano cada vez que entrabamos a una
sala. Incluso creo que le oí reír de felicidad. No era para menos. Es bastante
impresionante cualitativa y cuantitativamente. Aunque, a decir verdad, el tamaño del
museo no hace juicio a toda esa cantidad de ejemplares que, sin duda, lucirían más
en salas más amplias.
A pesar de lo excitante que fue la
experiencia y lo bien que lo pasamos los dos aquella tarde, mi hermano no se
quedó sin comentarle su más sincera opinión al dueño del museo: “me gustarían
bastante más si estuvieran vivos”.
Y esta es la historia de cómo el dueño del
museo nos invitó a mi hermano y a mí a visitar sus parcelas con ejemplares de
animales vivos.
Pilar Cañestro Fernández.
No hay comentarios:
Publicar un comentario