jueves, 4 de abril de 2013

"¡Los americanos son la leche!"


  Esta no es la primera publicación en la que comienzo disculpándome. Perdonad la ausencia de datos precisos en mi historia, tales como nombres o fechas, completamente prescindibles para captar la esencia.

  Hace cosa de un mes decidí sacar a mi hermano menor de su monotonía llevándole a un museo.  Carne, pelo, hueso y “pluretano de eze” eran los materiales de los que estaban hechos los elementos expuestos. Así es como lo explicó el dueño del museo de caza, quién puntualizó, tras una larga conversación surgida de forma aleatoria, lo fácil que era transportar las piezas desde que se disecan los animales con poliuretano.  “Muevo yo solo todas esas cabezas de ñus (y similares), antes era imposible.” – comentaba orgulloso.

  Hasta ese momento nunca me había preguntado sobre el nicho de mercado, forma de arte y expresión cultural que supone la caza. El propietario y cazador del museo comenzó con el mundo de la caza a los 19 años, y desde entonces nunca dejó de recorrer el mundo en busca de las cabezas de los mejores ejemplares del reino animal.

Oír hablar sobre grandes exposiciones y convenciones de entendidos en caza me supuso toda una novedad. Este mismo señor viaja todos los años a América para asistir a reuniones de expertos taxidermistas y arquitectos que desafían las leyes de la gravedad diseñando complejas estructuras compuestas por animales disecados.

- “Los americanos son la leche” Afirmaba él. – “Un arco enorme hecho por linces sujetados por...”
-“¿Una estructura interna?” Pregunté interesada.
-“¿¿¿Qué estructura ni estructura???.... Una barra de acero que viaja desde la pata del primer lince hasta el último”.

  Fue entonces cuando supuse que aquel amable señor no sabía lo que es una estructura interna.

  Bueno, al margen de la discusión sobre si aquella barra de acero era una estructura interna o no, aquel hombre quiso darme a entender que aquí en España es toda una tarea encontrar un buen taxidermista que consiga un resultado final a la altura de las expectativas.

  No llegué a preguntarle si realmente su ilusión final era exponer todos aquellos “trofeos” en aquella casa acomodada para museo, pero a juzgar por sus historietas, más bien se encontró de buenas a primeras con demasiadas cabezas disecadas y pensó “voy a hacer un museo”.

  En cuanto al museo: “¡woooaaaaaaa!,¡iruaaaaa!, ¡iyoo!...”. Esa fue la reacción de mi hermano cada vez que entrabamos a una sala. Incluso creo que le oí reír de felicidad. No era para menos. Es bastante impresionante cualitativa y cuantitativamente. Aunque, a decir verdad, el tamaño del museo no hace juicio a toda esa cantidad de ejemplares que, sin duda, lucirían más en salas más amplias.

  A pesar de lo excitante que fue la experiencia y lo bien que lo pasamos los dos aquella tarde, mi hermano no se quedó sin comentarle su más sincera opinión al dueño del museo: “me gustarían bastante más si estuvieran vivos”.

  Y esta es la historia de cómo el dueño del museo nos invitó a mi hermano y a mí a visitar sus parcelas con ejemplares de animales vivos.

Pilar Cañestro Fernández.

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