Mis orígenes están a algo menos de doscientos kilómetros al
norte de Málaga, pero cada día me siento más de aquí. Hace dos años cuando
llegué supe que muchas cosas iban a cambiar en mi vida, de hecho ya venía casi
predestinado a que esta ciudad me cautivara.
Para mí Málaga es vida, es arte y es felicidad. Y digo esto
cuando dentro de poco la dejaré atrás, pero espero que no por mucho tiempo.
Espero volver cuando sea adulto y esté bien formado, por el momento me toca
revolotear por el mundo.
Tengo ese miedo a no volverla a ver y es que Málaga te
engancha con sus calles, sus playas y como no, sus espetos de sardinas. Aquí se
vive feliz. Las preocupaciones las puedes ahogar en el mar con un simple paseo
por la orilla de sus costas. Puedes llenar el estómago de risas con una cerveza
sentado en los muelles del puerto
mientras, a lo lejos, divisas Gibralfaro y La Manca.
Pero el verdadero encanto de Málaga corre por sus calles. En
esos abuelos de la esquina que con gracia critican el partido del domingo, en
los garitos de mala muerte repletos de buen rollo cada jueves y que cojones, en
la morena que te sonríe.
Jorge Ayllón García
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