Erase una vez un joven
que se dirigía hacia el aula más grande y más transitado de la Facultad de
Ciencias de la Comunicación... !!LA CAFETERÍA!! Si señores, el arquitecto que
se encargó de elaborar los planos de nuestro querido edificio fue todo un visionario
y decidió que este recinto fuera el de mayor dimensión.
Pues a lo que íbamos,
ese muchacho caminaba hacia el deseado menú de 5,70 euros, porque otra cosa no,
pero en la Universidad puedes comer hasta reventar por un módico precio, en el
que incluye: pan, primer plato, segundo plato, postre, bebida (o agua del grifo
para ahorrar).
El chico cogió su
escudo (bandeja), sus armas (tenedor y un cuchillo) y sus provisiones (pan) para
comenzar su aventura. Tras esto, leyó las instrucciones de una pizarra en la
que solo se modifica un número (el día) y dos líneas (un primer y segundo plato
que son los únicos que cambian), ya que el resto de la pizarra siempre queda
intacta, como si el tiempo no avanzara (el resto de platos siempre son los
mismos por lo que no se molestan en escribirlos de nuevo).
El adolescente se topó
con la primera elección de su camino, debía elegir entre algo que sonaba como
ensala... no sé qué mas (algo verde que no es fritanga), una gran variedad de
pasta (macarrones) con multitud de salsas (carbonara o boloñesa) o un plato
trampa (un potaje que siempre ponen, no porque lo elija la gente, sino porque
al verlo, el resto de platos parecen mejores). El joven optó por macarrones sin salsa, debido
a que tenía miedo de arriesgarse demasiado.
La segunda misión no
fue tan difícil, solo tenía que decidir entre alguna carne o algún pescado que
iría escondido entre multitud de patatas o arroz. Sin pensárselo dos veces,
eligió croquetas (tres fue su número exacto) del tamaño de una goma de borrar,
con millones de patatas y se dirigió hacia el postre: natillas, arroz con leche
(a los de la universidad les encanta el arroz) y cosas de colores y saludables
que me dijeron que se llamaban frutas. El muchacho prefirió las natillas y se encaminó
hacia la prueba final donde se encontraba la bestia (la mujer que cobra el
menú).
La alimaña tenía una
mirada penetrante y fría (mirada de asco), un tono de voz seco y áspero (para
sentirse superior) y una apariencia de tener pocos amigos (con la que intimida).
"Cinco con setenta" eran las palabras que repetía una y otra vez,
aquellas que podían llevarte a volverte loco. El joven apuntó su nombre en el
libro de los héroes (esas hojas en las que tienes que poner nombre, DNI y firma
para ahorrarte algo de dinero del menú), sacó su arma secreta (sus monedas) y
se las dio a la bestia sin mirarle a los ojos (dicen que si la miras fijamente
puede dejarte petrificado) venciendo así a su adversario, a la que dejó sin
palabras al darle el dinero exacto (se sintió inútil y se suicidó).
Manuel de los Reyes Del
Valle García
2º CAV B - GR 4
Hola soy Manuel, siento haberme pasado del número de letras pero me motive cuando lo estaba escribiendo y si resumo la historia ya no es lo mismo.
ResponderEliminarSiento las molestias, no volverá a ocurrir.