“Él adoraba Málaga, la
idolatraba de un modo desproporcionado. No,
no, mejor así... Él la veneraba desmesuradamente... bien... para él esa era una ciudad que
seguía latiendo al ritmo de las coplas de Antonio Molina. No... volvamos a empezar. Capítulo primero. Él era tan rígido y
apasionado como la ciudad a la que amaba. Tras su cansada mirada miope se
ocultaba el poder sexual de un jaguar... je,
esto me encanta... Málaga era su ciudad y siempre lo sería”.
Pese a ser malacitano no sabía cómo enfocar la entrada de esta semana, así
que decidime a pasear por la ciudad en busca de inspiración. Por el camino paré
en una plaza en la que había un musulmán contando un chiste sobre dedos o algo
por el estilo, yo no lo entendí, hasta que la policía lo echó del lugar. El tipo
parecía no entender nada.
Como el calor se hacía
insoportable, algo bastante frecuente por aquí, me quité la camiseta para
aliviar dicha sensación antes de continuar con el recorrido. Llegué a la parada
de autobús y vi cómo una señora de mediana edad no dejaba de mirarme, hasta que
se acercó y me pidió, mientras me sobaba el torso, algo de dinero para pagar el
viaje y yo, claro flipando, tuve que negarme. Acabo de llegar a casa, me duele la cabeza y sigo sin
saber de qué puñetas hablar, ¿alguna sugerencia?
Resumen: Creo que mi
vecina me roba la propaganda del buzón y no sé cómo sacarle el tema.
Víctor A.
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