jueves, 18 de abril de 2013

Capítulo primero.


“Él adoraba Málaga, la idolatraba de un modo desproporcionado. No, no, mejor así... Él la veneraba desmesuradamente... bien... para él esa era una ciudad que seguía latiendo al ritmo de las coplas de Antonio Molina. No... volvamos a empezar. Capítulo primero. Él era tan rígido y apasionado como la ciudad a la que amaba. Tras su cansada mirada miope se ocultaba el poder sexual de un jaguar... je, esto me encanta... Málaga era su ciudad y siempre lo sería”.

Pese a ser malacitano no sabía cómo enfocar la entrada de esta semana, así que decidime a pasear por la ciudad en busca de inspiración. Por el camino paré en una plaza en la que había un musulmán contando un chiste sobre dedos o algo por el estilo, yo no lo entendí, hasta que la policía lo echó del lugar. El tipo parecía no entender nada.

Como el calor se hacía insoportable, algo bastante frecuente por aquí, me quité la camiseta para aliviar dicha sensación antes de continuar con el recorrido. Llegué a la parada de autobús y vi cómo una señora de mediana edad no dejaba de mirarme, hasta que se acercó y me pidió, mientras me sobaba el torso, algo de dinero para pagar el viaje y yo, claro flipando, tuve que negarme. Acabo de llegar a casa, me duele la cabeza y sigo sin saber de qué puñetas hablar, ¿alguna sugerencia?

Resumen: Creo que mi vecina me roba la propaganda del buzón y no sé cómo sacarle el tema.



Víctor A.

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